Una de las cosas qué más creemos saber es lo que son los demás. Sin embargo, no podemos saber cómo son los demás a través de proyectar nuestros pensamientos de lo creemos que son. Podemos creer que sabemos cómo son, creemos saber que son así y, creerlo además con total convicción.
Nada más lejos de la realidad de cómo es o pueda llegar a ser una persona. Sobre una persona giran múltiples frecuencias que están condicionando su personalidad. Difíciles de percibir y captar si tenemos una mirada mental de las personas y de todo lo que nos rodea. A veces, podemos percibir que la persona se parece a su madre, o pensar que es cabezota, o mirarla y recocer la expresión de la vecina. Formas distintas que se adaptan al campo energético, emocional, espiritual y psíquico de las personas. Cogiendo una forma física en el cuerpo humano. Decimos, refunfuñas como tu padre, eres rencorosa como tu madre, tan bondadoso como su abuelo, o, tal vez, su amiga Ana y ellas se parecen tanto….. las combinaciones pueden ser muchas. Pero en todas ellas no estamos viendo a la persona sino la influencia familiar y social sobre la persona.
Es prácticamente imposible saber quién es alguien así. Por lo que si quitamos cualquier referencia externa y de nuestro propio pensamiento, ¿podemos decir que sabemos quién es la persona? Pues sinceramente, desde un nivel de conciencia bajo y los niveles perceptivos que se manejan actualmente, es imposible. Para saber quién es una persona hemos de sentir a esa persona, despojada de todo, de cualquier moral, cualquier creencia, referencia… conectando con su sentir sabremos quién es y podremos verla, conectaremos con su alma, su espíritu y su microcosmos interno. Conectaremos con toda la dimensionalidad de su ser, su grandeza.
¿Por qué nos asusta tanto saber quiénes son los demás? ¿Por qué conectar con otros cuesta? Porque queremos que sean como nosotros queremos que sean, y que sientan como nosotros queremos que sientan. Buscamos una seguridad referenciada, buscamos algo que sepamos manejar y de la cual tengamos registrados situaciones o personas parecidas para saber dirigir nuestra respuesta ante cualquier persona y no desestabilizarnos.
Y ahí está la respuesta, no podremos saber nunca, jamás, como son los demás si no sabemos cómo somos nosotros mismos. Si no sabemos qué dice lo más profundo de nosotros mismos sobre nosotros mismos. Y por suerte, gracias a las relaciones con los otros, podremos intuir quienes somos nosotros, quienes son ellos y cómo no queremos ser. Pero nunca como no queremos que sean. Porque ahí está lo que no vemos de nosotros mismos. Y la intención inconsciente de que sean como nosotros queremos que sean.
Existe tal confusión con la identidad a nivel mundial, que se convierte en uno de los grandes trabajos pendientes de la humanidad, saber quiénes somos, quienes no queremos ser y cómo queremos ser. Y podremos conectar con nosotros mismos o con cualquier persona, conectando con nuestras entrañas, las entrañas de los demás y percibiendo más allá de nuestros pensamientos. Entrando en nuestros sentimientos y en lo de los otros, viendo desde el mundo desconocido que nos muestre qué nos quiere comunicar más allá de lo que dice el ser de una persona. Porque ahí está su identidad, unido a su sentir de verdad. Es ahí donde siempre hemos de buscar. Ver cómo siente cada persona y percibir qué rasgos de personalidad le confieren esos rasgos. E incluir con la conciencia el discernimiento necesario para saber qué no es propio de ella o nuestro, lo que nos desequilibra, es un patrón familiar o social, y qué es propio de la persona. El bello camino de saber quiénes son los demás y quienes somos nosotros mismos.
No es una cuestión de autoconocimiento, es una cuestión de conectar con nuestro ser y nuestro sentir más profundo.
Saray Sauceda Sosa